Segunda Parte
Cuando desperté, alguien había puesto azúcar en mi boca y había granitos de azúcar en
el piso, alrededor de mi cabeza. El silencio era como de muerte y no había
nadie alrededor, salvo algunos niños que jugaban con las botellas vacías de un
contenedor de basura como si fueran barmans
o mozos de algún bar. Estuve bostezando por horas hasta que alcancé a darme
cuenta de que tenía las piernas como tullidas de un cansancio que me
impresionó. Pensé un poco en el fusible y me fui caminando hasta la primera
parada de ómnibus que divisé, donde dormía una muchacha desde la noche
anterior, con los brazos tatuados en flores color de rosa y hasta las venas
parecían sumar a aquellas imágenes. Me sentí cansado pero bien, con un dolor de
cabeza pequeño, que seguramente indicaba el pasaje por la noche de una manera
atípica, porque también me seguían llorando los ojos luego de los bostezos.
Todo era como lento, como salido de una caja pequeña de cartón viejo y grueso,
con manchas de haberse empapado en orín en algún momento o no logro recordar
demasiado bien. Y cuando fui a morderme una uña, mientras oteaba esperando el
ómnibus, reconocí un suave olor de mujer joven y la muchacha a mi lado
despertó, prendió un cigarrillo mentolado y se fue caminando, enderezándose el
pelo en la cabeza y con cara de un simpático malhumor. ¿Qué mierda? ¡Parecía
que era un día espantoso y que todo iba a acabar mal! así que me levanté
decidido y me compré un helado palito de frutilla en el quiosco de al lado de
la parada. Cuando mi boca tomó contacto con el hielo saborizado
artificialmente, miré al cielo y, aunque sentí un tirón en el cuello, rogué por
sentirme mejor. Y un poco pasó, y otro poco lo forcé. Solamente faltaba
averiguar a dónde ir. ¡Ojalá fuera eso lo más fácil! Me tomé cualquier ómnibus.
¡Sí, ya no importaba! Que me llevara a dónde quisiera, en el camino seguramente
decidiría algo. Volví a morderme la uña y recordé más: una casa con grandes
ventanales, una botella de Johnnie
etiqueta negra, botones de colores en una mesa ratona desperdigados, un frasco
de sal, una discusión sobre las mujeres que no usan pollera y su percepción de
la piel, el pelo de una mujer en mi lengua, el olor a fritura de un bar,
mariscos multicolores, una bombachita con dibujos de Snoopy, eyacular sobre una
remera negra en el hombro de alguien... Recordé haberme mirado en un espejo en
un baño y verme hermoso, misterioso y atractivo, como el personaje de una
película de espías que esconde un secreto vital para que la película tenga
sentido. Y entonces recordé la carta, metí la mano en el bolsillo de la campera
y allí estaba. El almirante me había hecho una carta de recomendación para
conseguir más fácil una entrada en el proceso de selección de la banda de
música de la marina. De repente el ómnibus paró y subieron tres hombres con
capuchas negras, tipo terroristas. Pensé que se trataba de una murga o algo así
porque iban vestidos iguales, pero entonces vi que tenían armas tipo rifles y
me asusté muchísimo. Dos de ellos hablaron con el conductor a un volumen que no
entendí nada y luego que el ómnibus arrancó, se quedaron allí adelante parados,
mirándonos a todos los pasajeros y sin hacer gestos ni decir nada. Reconsideré
la situación: capaz habían secuestrado el ómnibus y no nos iban a hacer nada a
los pasajeros. Solamente les importaba viajar gratis... ¡Era una estupidez!
¿Invertir en rifles para viajar gratis en un ómnibus? ¡Jajajajaja! Miré por la
ventana para tratar de que no me vieran reírme, pero creo que me vieron igual.
El ómnibus estuvo dando vueltas por calles pequeñas, ninguna avenida, y luego
de media hora empezó a viajar hacia Canelones otra vez. No tengo nada en contra
de Canelones, pero no quería volver ahí, entonces se me ocurrió una idea: no
había visto a nadie intentar bajarse naturalmente, en ningún lado. ¿Y si
simplemente me bajaba del ómnibus? Si esos tipos querían viajar, yo les debía
importar veinte pedos. ¿Quién era yo en sus planes? De última si yo bajaba,
igual quedaban unas quince personas en el ómnibus. Me iba a bajar. Pensé que lo
mejor era no mirarlos y hacer como si no pasara nada, tipo que me bajaba en la
que viene como todos los días. También pensé que si uno de ellos me hacía un
gesto como advertencia o amenaza y yo no lo estaba mirando, se enojaría y capaz
me disparaba ahí nomás... Entonces los miré pero sin meterles la pesada, era
como pedirles permiso por la vista. Me agarré del respaldo del asiento
delantero y sentí un sonido fuertísimo, como una locomotora a toda velocidad o
un torno de los de la fábrica de Juan Negreira cuando funcionaban en verano
durante veinticuatro horas de corrido, los empleados entraban, trabajaban,
terminaban sus turnos, le daban el lugar a otros empleados y los tornos seguían
funcionando sin parar. No le di pelota, asumí que sería el ruido del miedo y me
levanté lentamente. Los tipos no se movieron, ni se inmutaban, aunque yo no
podía darme cuenta si me estaban mirando exactamente a mi o al pasaje en
general. Decidí seguir cada uno de mis movimientos a la misma velocidad, porque
parecía que todo estaba funcionando bien. En el momento en que estuve
completamente erguido, sentí un agua en la boca, un agua dulce, y me asusté.
¿Me estaba descomponiendo del miedo, era como una enfermedad aguda eso? ¡Pero
el vómito o la sangre no son dulces! Dudé. En ese momento me di cuenta de que
uno de los tipos tenía cuerpo de mujer. Era una mujer. Capaz tenía entonces más
posibilidades de salir vivo de esa, porque las mujeres son naturalmente más
buenas que los hombres. ¿Tenía azúcar en la boca? ¿Azúcar que se estaba
disolviendo en mi saliva? ¿De dónde salía? Por las ventanas se veía que
estábamos entrando a la ciudad de Canelones. Eso, de alguna manera, me dio
fuerzas para continuar. Salí de entre los asientos y caminando de costado, con
el pretexto de mirar dónde me bajaría, miraba para adelante al trío
secuestrante. Apenas se movían. Hasta que uno de ellos, no la mujer, se dio
vuelta quedando de cara al parabrisas y se quedó así quieto, con los hombros
algo caídos, incluso. ¡Mejor! pensé. Me arrimé más "naturalmente" a
la puerta de atrás y toqué el timbre. En ese momento una señora de edad, que
estaba cerca de la puerta, dio un respingo, y la vieja puta me contagió el
miedo, por lo que agucé mucho más mi vista para mirar a los tipos de adelante y
a la mujer. Nada. No hacían nada. ¡Mi lógica funcionaba! ¡Les importaba veinte
pedos el pasaje, solamente querían viajar gratis! Y el ómnibus empezó a
arrimarse a la vereda frenando. Pensé en tirarme en cuanto abriera la puerta,
aunque no frenara del todo, no me importaba lastimarme, pero todavía no se
abría la puerta. Afuera, se veían puestos de una feria que estaba sobre la
vereda. Vi ropa y algunas cajas de juguetes. Claro, estábamos cerca del seis de
enero y ya la gente compraba las cosas para los reyes de los nenes. Vi un
borracho con la ropa desarreglada y la piel del rostro curtida por el sol y
pensé "pobre desgraciado, está en pedo y son recién las diez de la
mañana" ¿Qué queda para esa gente? ¿Seguir tomando toda la vida como
adictos al alcohol? ¿No acostumbrarse a nada más que vagar como en una pecera
esférica llena de vino clarete? Mi padre murió así, con el hígado consumido por
el whisky, el vino suelto del almacén y las revistas pornográficas. Todo en su
vida era una suma de cosas mugrientas que se mezclaban en una pasta gris como
el cemento y él le agregaba los ladrillos de las horas para hacerse su celda de
mierda. A eso había que sumarle el olor del cigarro. Dos cajas por día. ¿Cómo
mierda podía resistir tanto? ¿Y cómo mierda mi madre pudo haberle chupado la
pija a un tipo así, y dejarse tener hijos con él? Hasta yo debía tener olor a
alcohol y a cigarro por tener la sangre de aquel tipo. Imaginé que mi madre
debía sentir el gusto a cigarro cuando le chupaba la pija y me sonó el handy.
Era Eliana que me dijo "¿querés ahora?". La oferta en esa especie de
código era una paja más, sobre el puentecito de arriba, donde estaban los
armatostes de las luces y los peces de colores armados con goma eva, casi casi
contra el techo mismo del teatro. Había que caminar agachados ahí, como
serpientes pensé. Lo malo era que tanto cablerío, aún en el medio de la golosa
paja que se venía, me haría acordar que todavía no arreglábamos el fusible
flojo. ¿Y si le decía a Eli que esta vez quería penetrarla? O acabarle en los
labios de la vulva, yo qué sé... cambiar un poco, jugárnosla. Y sé que estoy
obrando como automáticamente, como guiado exactamente por lo que la sociedad me
dice que haga, siendo empujado por un auto lento desde detrás, sintiendo el
paragolpes en las pantorrillas pero sonriendo, como un imbécil, porque el
impulso me hace avanzar pero ¿qué pasa si me quedo quieto? La música se termina
para siempre. Quedo desnudo para siempre. Quedo habituado a las sombras. Quedo
en un estado de mantenimiento eterno, como el fusible flojo. Quedo igual que el
hombre a la deriva de Quiroga, en una muerte que todos prevén y él niega,
ignora, patalea contra. Yo sé que nos enseñan a no cuestionar las cosas y
cuando nos enseñan a cuestionarlas, es una forma de no cuestionarlas pensando
que las cuestionamos. Sé lo que pasa cuando un monitor de una computadora actúa
sobre nosotros, o el humo del porro o el dinero. Pero otra cosa es que pueda
esquivarlos, como en un salto alto, dándoles la espalda mientras gano altura y
sabiendo que voy a caer en un colchón re mullido. ¡Entonces todo me chuparía
tres huevos! Me detuve por un momento entonces. Ojo, estoy seguro de que elija
lo que elija no tengo salida, es como reptar en un cuarto encerrado de forma
horaria o anti horaria tratando de que esos cambios abran la puerta, ablanden
al carcelero, derritan la cerradura, desaparezcan las paredes, me despierten de
la pesadilla y aparezca mágicamente en un hogar maravilloso. Me detuve igual.
Sin ganas de llorar pero cansado, esperando que la canción que me gusta llegara
en el disco este nuevo. Abrí la heladera y tomé dos buches de agua fría. Saqué
el paquete de ravioles al vacío y lo tiré arriba de la mesada de la cocina,
maullaron las dos gatas al mismo tiempo. Primero puse agua a hervir, y luego
les serví las pastillas esas sequitas. Resoplé. Resoplaba. Empezó la canción
que yo quería, pero no me gustó, era obvio. Fui a la ventana y miré para
afuera, capaz que salir a caminar me despejaba un poco. ¿Llamaba a Eliana y le
pedía que viniera esta noche? No sé.