Tercera Parte

Subí al cuarto de arriba a mirar por la ventana que da a la iglesia y me arrimé una silla especialmente para sentarme a mirar. Intuí que sembrar mi vista en un punto fijo me ayudaría a tomar la decisión. Los vecinos escuchaban Fernando Cabrera. El cielo estaba por llover. Las gatas quedaron abajo, lamiéndose después de comer. Recordé que había decidido barnizar la baranda de la escalera ahora que hace calor, para que secara más rápido. ¿Y si me hago un café mientras? Tenía que bajar a hacerme el café, esperar a que hirviera el agua y subir, pero el pecho, sinceramente no me daba para tanto. Me recosté en la silla y sentí que el cuello hacía una mueca de hastío. Era posible que sintiera unas líneas celestes, medio calientes que me vendaban la cabeza toda la semana, todos los ratos. Y aunque había adelantado algo en mi vida, como tener dos gatas y acariciarlas, cuando pensaba en el escritorio del trabajo pensaba en el fusible flojo. Sus alcances y consecuencias. El trabajo sin hacer. Y justo pasó un fusca por la calle enfrente al claustro. Un fusca rojo. En ese mismo momento me sonó el celular y miré: mensaje de Eliana. Tiré el celular por la ventana, sin medir, sin pensar, sin nada, como sacarse una camisa blanca después de un casamiento y dejarla caer a los pies de la cama medio en pedo. Y se terminó el casamiento y la fiesta y solamente queda el descanso que me va a llevará hasta el día siguiente. Pensé que eso indicaba que se estaba terminando un capítulo y me sentí corajudo. Con miedo pero corajudo. Porque me había deshecho de mis contactos, de mis comunicaciones. Estaba siendo más atrevido que cualquier persona que conozco. También es cierto que el límite entre coraje y estupidez, a veces... Ta. Me paré. Bajé las escaleras y me puse la campera, salí a buscar el fusca. Decidí que el auto tenía algo que ver, capaz que si lo seguía todo cerrara, cicatrizara, suturara, no sé. Empecé a caminar por esas cuadras que lo vi y luego no sé, no llegué a ver tanto, me dejé llevar y me dejé llover, porque se largó una lluvia fina de esas de todo el día. "Esto es limpieza" me dije y seguí caminando. ¿Qué era lo peor que podía pasar si me empapaba? ¿Engriparme? ¡Ni tanto! Entonces entré en el supermercado y me compré una petaca de whisky, mi defensa contra los microbios. Apenas al salir la petaca se me resbaló de la mano y cuando la vi romperse, todo mi cuerpo perdió estructura. De pronto era como si al tocar la petaca el piso y quebrarse, mis huesos se hubieran desvanecido y solo quedara la carne y la piel, los órganos húmedos, el pelo, los ojos, y ni siquiera sentía la firmeza de los dientes en la boca. Me sentí un imbécil, porque me di cuenta de que lo que estaba haciendo era como un capricho de nene chico que quiere cambiar su vida haciendo lo primero que se le viene a la cabeza. Me senté en el suelo y traté de pensar, pero sentí mucha vergüenza de mi mismo. Allí, siendo una babosa, una bolsa de yo, me mojaba la lluvia y el viento me lambeteaba húmedamente en un día gris. Cerré los ojos y traté de borrar todo y arrancar de vuelta, pero lo primero que pensé es que estaba confundido, porque no podía recordar en qué época del año estábamos. ¿Otoño? ¿Invierno? ¿Por qué llueve con tanto frío? Traté de respirar profundo pero creo que mis funciones vitales ya no eran las mismas. De hecho ni siquiera podía mirar algo, mover los ojos, enfocar. Aunque sentía olor a milanesas. ¿Y si intentaba desplazarme? ¿Dejaría un rastro húmedo en el piso, como las babosas? ¿Me pisaría la gente? Hice un poco de fuerza hacia la izquierda y me moví. Un poco más y me moví tanto que pronto me di cuenta de que me estaba cayendo para el costado. Automáticamente acomodé el cuerpo, fue un movimiento que ya estaba integrado, y bajé de la cucheta como un rey, quedé perfectamente de pie y eso que no había una sola luz. Sentí el ruido de una mosca y la respiración de mi compañero de abajo que dormía profundamente. ¿Qué era todo aquello? Seguía sintiendo la sed de café. Me di cuenta de que el piso estaba helado y pensé en calzarme pero algo en mi cabeza me previno, me advirtió y me apuró. Tenía que salir cuanto antes de ahí, era mi oportunidad. Me puse nervioso, cerré los puños y me vino un escalofrío... ¿Sentía miedo de mi compañero? Sí. Esa era la respuesta. ¿Yo estaba prisionero ahí? No sé. Pero debía escapar ahora mismo aprovechando que él seguía dormido. Pero ¿y el amor? ¿Y encontrar a la mujer adecuada? No solamente el sexo, no solamente ser unos perros en la cama, no solamente mimarnos con galletitas azucaradas durante el mate o compartir paseos por la rambla... ¿Qué pasaba con eso? ¿Siempre tenía que estar escapando? ¿No podía frenar un cacho a buscar eso? ¿Una mujer dulce? ¿Otra madre increíble para mis hijos? Alguien, pensé mientras salía del cuarto, que también amara a las gatas, les diera de comer y mucho cariño... Alguien que no tenga alergia a los pelos de gato... Alguien que bese muy bien... Me encanta chocar los dientes cuando beso por primera vez a alguien, es como la sensación que me informa que ese beso, ese encuentro, ese conocimiento y esa boca, son genuinos. Empecé a moverme a tientas a través de lo que parecía ser un largo pasillo, supuse que en algún momento mi vista se acostumbraría a la oscuridad y podría empezar a planear hacia dónde ir. También recordé que en las películas siempre que están perdidos en la oscuridad, encuentran alguna hendija de luz que los guía hacia la salida. Pero creo que también eso tiene que ver con asociar la luz con la divinidad, con el lugar hacia donde hay que ir, adonde la sociedad cristiana nos empuja. No es que haya luz porque es el afuera, sino porque incluso cuando uno muere ve una luz hacia donde tiene que ir. Empecé a sentir el frío, tenía el pelo mojado y me goteaba en los hombros, me daban chuchos de frío y no me sentía cómodo. Imagino que era como algo medio psicológico, porque podía captar la belleza de la imagen, las gotas cristalinas cayendo y entrando en contacto con mi remera de algodón y esparciéndose divinamente, como en un descanso real, mientras la remera les daba sitio y, al mismo tiempo, me defendía un poco del frío. Es algo muy hermoso. Y a la vez, estaba tan solo allí... Cuando saliera iría al almacén. Siempre que me sentí solo fui al almacén. ¡Es medio loco pero es así! ¡Jaja! Incluso un domingo caminé varias cuadras hasta el shopping porque el almacén estaba cerrado. Pero claro, en el shopping no conocía a nadie y los vendedores de los comercios no te tratan para nada bien porque no les interesa conocerte. Ojo, en el almacén yo charlo con Elito, pero tampoco puedo decir que lo conozco. ¿Qué sé de él? Que tiene un almacén, que tiene un hijo de ocho años con unos ojazos verdes, que se separó de la mujer el fin de año pasado, que le gusta jugar a la quiniela, que atiende con simpatía, que es alérgico a las frutillas y le da miedo hasta tocarlas para no brotarse... ¿Lo conozco? Me cae bien y chau. Punto. Me saqué la remera. Más frío pero más hermosura. Capaz que esto es una prueba. Capaz que me tengo que jugar los huevos y pasar un poco de frío para que aparezca la salida. Pero no solamente la salida de acá, sino una nueva etapa en la vida. Y vi una puerta en el fondo del pasillo por lo que me fui acercando hasta ella. Apoyé la oreja contra el metal helado y escuché. Oí voces. Como niños cantando un himno. ¿Un acto patrio? ¿Milicos?