Séptima Parte

Agarré el banquito que estaba contra la pared, el que debía usar el sereno cuando se le pagaba el día feriado, y me senté a mirarlos por la ventanita. Las bolsas que había en el piso eran grandes y de un nylon negro brillante, como las que usan en la televisión para embolsar cadáveres, pero estas eran un poco más chicas. ¿Cadáveres de niños? ¡Jajajaja, noooo animal! Era imposible que hicieran eso porque no tenían cara de asesinos, pero se movían de una manera que me pareció que eran como ladrones o algo así. Me daba la impresión de que estaba pasando algo como un fraude, una estafa. Alguien iba a salir jodido. Y era mi oportunidad de ver una joda desde ese lugar. Yo fui víctima de jodas de dinero e incluso de amores, cuando Ernesto me dijo que no iba a salir con Lidia "ni a palos" porque no era su tipo y se terminaron encamando en el viaje a Florianópolis. Lidia no era el amor de mi vida, pero me gustaba mucho pensar que su cuerpo y su sonrisa me pertenecían. Y cuando me enteré de aquello al borde de la piscina, Lidia estaba con una malla que tenía estampadas gaviotas blancas en un cielo naranja y Ernesto estaba tomando whiscola. Y yo me sentí jodido, me sentí muy mal porque no fue tanto el dolor de sentirme traicionado como la sensación de estar en el último lugar en el piso del mundo, la mugre, el barro, ser un manchón de polvo sucio que resulta pisoteado por los demás pero no porque los demás sean sádicos, sino porque nadie puede verme, considerarme, tenerme en cuenta. Un cornudo estúpido. A Lidia no la volví a ver más, supongo que en parte era porque no quería hacerlo, supongo que en parte era porque ella ya no quería verme más y nuestros caminos no se cruzaron. Y a Ernesto lo terminó atropellando un auto al año siguiente y se fue a vivir en silla de ruedas al interior, nunca supe a dónde y nunca pregunté y no me interesó. No se merecía el accidente, ¡se cogió a una mina, no era para tanto! Miles de veces deseé que le pasara algo malo, pero no físico, capaz que quise que sufriera pero más de tipo depresión y tristeza. El tipo que venía mascando comida tiró un pedazo al hoyo que habían cavado y los tres se lo quedaron mirando. El más bajito, el que tenía la pala en la mano, la tiró a un costado y empezaron a meter las bolsas en el hoyo con mucho cuidado, como si tuvieran algo frágil. Tomé un sorbo de té que ya estaba medio frío y en ese momento me sonó el handy. Me asusté, me dio una paranoia ahí porque pensé que los tipos me iban a oír, pero no, yo estaba muy lejos. Era el rusito, preguntando por la caja verde de herramientas. O sea, voy a tratar de aclarar esto, Lidia no era la mujer más linda del mundo, y creo que eso fue lo que más me dolió. Una vez que una mina me da bola, yo le sigo el tren, aunque no sea linda, porque cuanto menos linda es, menos la desean los demás... ¡y termina cogiendo con otro! Uf, basta... No me sentí muy bien, las paredes pintadas al balé me daban la sensación de humedad y aún estaba noqueado por los efectos de lo que había tomado. "Capaz duermo." pensé. Y me paré para bajar por las escaleras, pero justo llegaba el ascensor y se estaba deteniendo enfrente mío. Pero estábamos en el segundo entrepiso de mantenimiento, acá no vivía nadie... ¿Quién venía en el ascensor un domingo para acá?