Primera Parte

El fusible estaba flojo. Se desesperaban los hombres del barco para agarrarlo, parecía que la vida de cada uno de nosotros dependía de eso. También puede ser que yo esté recordando un pasado que se me puso en la memoria en base a caprichos de cada una de las personas con las que pasé. Porque yo creo que vivir las experiencias de la vida con los demás, impregnan la memoria de cosas que no pasaron tan así como uno las recuerda. Entonces la vida misma, al momento de recordarla, es una exageración producida en conjunto. Recuerdo que algunos estaban sentados sin hacer nada, en su silla, con las manos juntas, abriendo y cerrando las bocas hablando de cosas pero como si no dijeran nada importante, con el miedo asfixiándole las gargantas como monedas de dos pesos en las manos de un niño que pide plata para el Judas. Yo apoyaba los labios sobre el dorso de la mano izquierda y resoplaba por la nariz: estaba ansioso por conocer las próximas horas aunque significaran muerte o significaran alivio, pero que algo cambiara. A esa altura llegaron los camaradas del puente y entramos todos en un bar de Canelones, con calor, con las botas subidas hasta la rodilla y las tarjetas de autorización colgando del bolsillo de la camisa. Eran días de bastante miedo, de dormir en cuchetas de sábanas sucias, el olor a encierro nos atravesaba por completo y el olor de la bodega nos pinchaba la nariz, pero nadie sabía que Eliana y yo bajábamos ahí para tener sexo. Bueno, aquello no era coger. Ella me agarraba el pene, lo masajeaba, y yo acababa, pero le decíamos ‘coger’ porque nos sentíamos bien luego. Bastante bien, la verdad. Las puertas estaban cerradas a cal y a canto así que no importaba. Si el sexo era en la noche, y a veces varias veces, de mañana tomábamos el desayuno sentados juntos, y nos sentíamos flotando, como mucho más livianos y aliviados. Pero, ¿qué estábamos haciendo allí a esa hora ese día? Estábamos pretendiendo olvidarnos de todo, como cuando de chico trataba de ocultar el inevitable divorcio de mis padres, el mismo divorcio que se ponía la capucha y salía a correr bajo la lluvia, con el pretexto de entrenar para cuando fuera el gran día. Reíamos con Eliana, nos contábamos las vidas. Estaba claro que queríamos ser un par de personas felices, desgastadas por tener que madurar de golpe cada año, pero juntando los aprendizajes hacia el final de los trescientos sesenta y cinco días, ahora transcurridos en el enorme cascajo de metal que surcaba el salobre Atlántico. Y brindábamos y teníamos sueños por doquier, en cada diminuta cucheta y en los minutos de descanso. Y entre bocado y bocado empezábamos a comprender el mundo de la gente, al otro, a entrar en su propia historia y, sin querer, a ser parte de su historia... Por ejemplo, Eliana me contó que tenía un perro macho llamado André. Ella lo quería muchísimo hasta el día en que se murió y ahí empecé a comprender algunos detalles del amor que por supuesto, no me sirvieron para nada, y recién llegué a entenderlos del todo a fin de año. Faltaban cinco minutos para las doce y ya estábamos festejando que se había terminado el año. Los demás festejaban que había empezado otro, y yo tenía un miedo bárbaro de las cosas que pudieran venir, de que otra vez el año fuera un oscuro embudo que me fuera seduciendo con su melaza dulzona, y al final yo terminara atorado en no sé qué cosas... ¡Jajaja! Obviamente me faltaba madurar, crecer y conocer el mundo, viajar. La madurez se me iba metiendo en la cabeza como cuando en las recetas dicen que el merengue se incorpora lentamente para que no pierda el aire, y de esa manera yo empezaba a entender las situaciones, a poder evaluarlas cuidadosamente pero sin perder la percepción, las sensaciones de lo que está pasando a mi alrededor. Ahora estábamos haciendo una guardia especial, fuera de turno, para tratar de distraernos trabajando, una locura. Llegamos al último depósito clausurado y cuando entramos a ver que el picaporte estaba como comido por las termitas nos dio miedo, pero yo no me moví. ¡Éramos un montón de hombres ya crecidos, carajo! ¡no nos íbamos a cagar por eso! Es cierto que el mar te hace perder la noción del tiempo, que extrañábamos todos a nuestras familias y que de noche se hablaba de un fantasma a bordo que nadie conocía, que aparecía de madrugada en las duchas, un medio muerto revolcándose en el agua jabonosa, entre los pies descalzos del que allí hubiese ido a calmar el insomnio, pero también es cierto que debíamos asumirnos como trabajadores enfermos de stress. Ni más ni menos. Esa es la explicación. Y llegábamos a hablar de ver y sentir cosas que en tierra firme eran absurdas y dementes. Nunca hablábamos de esas cosas cuando estábamos en tierra. De hecho, nunca nos veíamos en tierra... Miré otra vez el picaporte, inspiré profundo y bajé una palanca en mi mente. Estaba bien entrenado. El ruido de los motores pareció cesar y allí abajo, escoltado por el metal, en ese pasillo donde los hombros tocaban las paredes, ya no hubo otra luz que la de mi corazón, ni alegre, ni triste, ni anestesiado, era una luz que emergía de los ojos de los demás, de cada persona que me había visto con cariño, y entonces bajé otra palanca en mi mente. Los momentos empezaron a moverse en cámara lenta como cuando pastaban los caballos en la granja de Leticia, que siempre se tironeaba la campera de cuero nuevita, quién sabe por qué. Era hermosa ella. Y me doy cuenta de cuántas mujeres son hermosas y uno las deja pasar porque no hay otra. Porque nadie es dueño de nadie y ellas pasan, que es como debe ser, en definitiva. ¡Es bueno haberlas tocado, si será! ¡Y haber estado ahí! Pero pasan como el viento fresco de verano. ¡Uf! Es una sensación agridulce pero que llena el corazón de satisfacción por un momento. Y ver que Leticia dominaba los caballos con las palabras aprendidas de su padre, en el campo, y que será una mujer muy feliz con sus hijos rubios creciendo. Yo estoy seguro de que serán unos hombres maravillosos. Y también estoy seguro de que ella no volverá a gozar nunca más. Ahora es solamente una madre trabajadora que domina los caballos. Es feliz así, y eso es muy importante, pero no volverá a gozar nunca más, no ubico muy bien por qué. Quizá porque una parte muy importante de su goce, el núcleo de su placer, se me quedó en las manos. Ella me lo entregó sin que yo hiciera casi nada. Y ahora su cuerpo debe ser una fábrica de trabajos maternales y de granja. Jamás un recipiente de sensaciones como era antes. Al menos eso creo yo. Me parece muy hijo de puta pensar esto así, pero es lo que siento y creo que no le hago mal a nadie. En todo caso, soy yo el que recuerda y sufre estos sentimientos encontrados. Pero tenía que concentrarme, porque el fusible seguía flojo y era muy importante que allí abajo estuviera bien iluminado, ¡era todo tan artificial ahí adentro! Tremendas construcciones y estructuras para una ingeniería que no terminaba de convencerme. Solamente deseaba llegar a casa, a mis pasteles de manzana verde, las manos de alguna mujer y ¡por favor, mi botella de whisky barato! ¡Jaja! Soy un loco terrible con esas cosas. ¿Pero es tan exagerado querer comodidad en la vida? No hablo de paz porque la paz es como que ¡uuuuuuuuuuu, tremenda cosa!, pero hablo de sentir que cada movimiento, cada fibra muscular, cada paso dado y cada palabra dicha, tienen sentido. Que nada se hace porque sí nomás, para llenar un hueco. Y de pronto escuché como una guitarra eléctrica con un sonido limpio y precioso, acordes melodiosos y me dio nostalgia. Pensé que quizá moriríamos ahí y les miré las caras a todos, tratando de hallar un mensaje en sus gestos. Lo que vi era que estaban aburridos, los masacraba el desgano y la apatía, pero para mi era otra forma del miedo, el saber que por momentos el oxígeno alcanzaba una presión insalubre y sentíamos el pecho como hinchado y apretado al mismo tiempo. Una presión que nos hacía ahuecar la cabeza en las almohadas y gritar en silencio. Y es que somos simplemente cuerpos en el medio de un mundo de eventos químicos, físicos y biológicos, y no controlamos absolutamente nada. Yo deseaba que me explotaran los oídos, que me sangrara la boca, la nariz, algo que me sacara de ese estado, algo que cambiara, algo que me cambiara, porque era todo insoportable. Luego de un rato ya estaba todo bien y el capitán nos mimaba con whisky y harina de trigo, hacíamos panes con abundante grasa y charlábamos borrachos alrededor de las mesas, como muchachos medio infantiles, contándonos aventuras que en sí eran aburridas, pero había que dejar pasar el tiempo, solo quedaba un mes más. Yo me comunicaba por chat con el afuera, pero comunicar el sarcasmo por chat es como que llega con delay, por lo que algunas cosas eran difíciles de describir y yo no tenía ganas de contar angustias o miedos. Las ventanas inexistentes tendían a tener un sonido envolvente que se parecía mucho a las drogas que nos aconsejaba el doctor contra los males más comunes que en realidad eran todos uno solo: la inmensidad. Quizás la inevitabilidad, los minutos, las horas, los días... Llevé las herramientas al primer tercio del sector y mientras iba cruzando los pasillos, incursionando en la oscuridad cotidiana, pensé en el sol que habría afuera, un sol de verano, radiante y caluroso, una luz que iluminaría todas las cosas y haría cambiar el color de la piel a la gente, un ente bestial, un astro. De pronto el olor del moho, bastante habitual allí, me pareció asqueroso, el estómago se me dio vuelta y vomité. Me limpié la boca, saqué la taza térmica con el café medio tibio de la mochila y le di un sorbo automático mientras miraba de reojo la antecámara: distribuido en todo aquel espacio ultra pequeño, había un mobiliario de cocina, todo en el piso. Un mueble pequeño, de los de colgar, de donde asomaban un par de ratas como si fuera su casa, una cocina a supergás roída por el óxido, una cajonera a medio devorar por las polillas y una heladera que parecía tener un aspecto mucho mejor que las otras cosas. ¿Una cocina a supergás, acá? No me quise acercar mucho más. Era hora de aplicar el protocolo, por lo que saqué el handy y llamé a Gustavo, que llegó a los quince minutos con su hermano y el rusito. Empezamos a seguir el sonido de los tamboriles adentrándonos en lo profundo del edificio y yo sentía un vaho húmedo, pero entre agradable y desagradable, como cuando la cama no sirve para más que nada que para el sexo y el olor de todas las cosas es el olor de los fluidos y los cuerpos sudados. Toqué las paredes con las yemas de los dedos y me dejé llevar por el frescor, mientras esquivaba toda esa basura que estaba tan quieta allí como en una foto sepia. ¿Cuánto habíamos caminado, dos horas, seis horas? El sonido del tamboril más grueso, seguramente un piano o bombo, hacía temblar las paredes y en un momento en que las linternas enfocaron un pedazo de revoque cayendo, el rusito comenzó a reír pero de miedo, como una risa de mentira. Era muy posible que pudiéramos quedarnos encerrados ahí, buscando a la comparsa por esos sótanos laberínticos mientras afuera la gente iba a trabajar y se preocupaba por el precio del boleto y pasar por el almacén antes de llegar a su casa, pero no había vuelta atrás. Supongo que todos habíamos elegido estar ahí por diferentes historias de vida, pero el putísimo resultado era el mismo: el moho hirsuto, la medicación, y la sensación de que teníamos músculos en las piernas que vibraban al son de los tambores, como una conexión de piel con dioses que estaban en lo más primario de la música, algo medio ancestral. Igual el precio era muy alto. Muy, muy alto. Yo pasé por placeres mucho más alegres que ese y no me habían costado tanto... Sin embargo ninguno era como ese. Intenté pensar en si los animales podían sentir aquello como placer y me acordé de los peces, de cuando íbamos en el lanchón con el tío Luis surcando el océano y llegamos a ver delfines que parecían locos de contentos surcando tanta agua cristalina. No pude evitar sonreír y el rusito rio conmigo, mostrándome un símbolo en la palma de su mano, un tatuaje de una mujer de piernas abiertas pero que en lugar de tener vulva tenía un billete de un dólar, y entonces me llegó a los hombros algo parecido a la frustración, a la desilusión. Decidimos dormir ahí y continuar dentro de unas horas. Yo estaba muerto de cansancio, todos los días trabajábamos más de quince horas consecutivas. Cuando mi espalda tocó el piso de baldosas helado y me acurruqué contra una pared, me sentí bien y me di cuenta de que llevaba años esperando ese momento, poder hacer sencillamente un alto en una larga línea de sucesos que venían encadenados por la vigilia y la búsqueda, la búsqueda y la vigilia. Entrecerré los ojos, alguien sintonizó una radio y me dejé embotar por el murmullo hasta que desaparecí en la oscura pausa del descanso. Los tambores ni se alejaban ni se acercaban, parecía que se estaban quedando allí hasta que despertáramos. Igualmente, de común acuerdo, dormimos con las linternas encendidas.

Segunda Parte

Cuando desperté, alguien había puesto azúcar en mi boca y había granitos de azúcar en el piso, alrededor de mi cabeza. El silencio era como de muerte y no había nadie alrededor, salvo algunos niños que jugaban con las botellas vacías de un contenedor de basura como si fueran barmans o mozos de algún bar. Estuve bostezando por horas hasta que alcancé a darme cuenta de que tenía las piernas como tullidas de un cansancio que me impresionó. Pensé un poco en el fusible y me fui caminando hasta la primera parada de ómnibus que divisé, donde dormía una muchacha desde la noche anterior, con los brazos tatuados en flores color de rosa y hasta las venas parecían sumar a aquellas imágenes. Me sentí cansado pero bien, con un dolor de cabeza pequeño, que seguramente indicaba el pasaje por la noche de una manera atípica, porque también me seguían llorando los ojos luego de los bostezos. Todo era como lento, como salido de una caja pequeña de cartón viejo y grueso, con manchas de haberse empapado en orín en algún momento o no logro recordar demasiado bien. Y cuando fui a morderme una uña, mientras oteaba esperando el ómnibus, reconocí un suave olor de mujer joven y la muchacha a mi lado despertó, prendió un cigarrillo mentolado y se fue caminando, enderezándose el pelo en la cabeza y con cara de un simpático malhumor. ¿Qué mierda? ¡Parecía que era un día espantoso y que todo iba a acabar mal! así que me levanté decidido y me compré un helado palito de frutilla en el quiosco de al lado de la parada. Cuando mi boca tomó contacto con el hielo saborizado artificialmente, miré al cielo y, aunque sentí un tirón en el cuello, rogué por sentirme mejor. Y un poco pasó, y otro poco lo forcé. Solamente faltaba averiguar a dónde ir. ¡Ojalá fuera eso lo más fácil! Me tomé cualquier ómnibus. ¡Sí, ya no importaba! Que me llevara a dónde quisiera, en el camino seguramente decidiría algo. Volví a morderme la uña y recordé más: una casa con grandes ventanales, una botella de Johnnie etiqueta negra, botones de colores en una mesa ratona desperdigados, un frasco de sal, una discusión sobre las mujeres que no usan pollera y su percepción de la piel, el pelo de una mujer en mi lengua, el olor a fritura de un bar, mariscos multicolores, una bombachita con dibujos de Snoopy, eyacular sobre una remera negra en el hombro de alguien... Recordé haberme mirado en un espejo en un baño y verme hermoso, misterioso y atractivo, como el personaje de una película de espías que esconde un secreto vital para que la película tenga sentido. Y entonces recordé la carta, metí la mano en el bolsillo de la campera y allí estaba. El almirante me había hecho una carta de recomendación para conseguir más fácil una entrada en el proceso de selección de la banda de música de la marina. De repente el ómnibus paró y subieron tres hombres con capuchas negras, tipo terroristas. Pensé que se trataba de una murga o algo así porque iban vestidos iguales, pero entonces vi que tenían armas tipo rifles y me asusté muchísimo. Dos de ellos hablaron con el conductor a un volumen que no entendí nada y luego que el ómnibus arrancó, se quedaron allí adelante parados, mirándonos a todos los pasajeros y sin hacer gestos ni decir nada. Reconsideré la situación: capaz habían secuestrado el ómnibus y no nos iban a hacer nada a los pasajeros. Solamente les importaba viajar gratis... ¡Era una estupidez! ¿Invertir en rifles para viajar gratis en un ómnibus? ¡Jajajajaja! Miré por la ventana para tratar de que no me vieran reírme, pero creo que me vieron igual. El ómnibus estuvo dando vueltas por calles pequeñas, ninguna avenida, y luego de media hora empezó a viajar hacia Canelones otra vez. No tengo nada en contra de Canelones, pero no quería volver ahí, entonces se me ocurrió una idea: no había visto a nadie intentar bajarse naturalmente, en ningún lado. ¿Y si simplemente me bajaba del ómnibus? Si esos tipos querían viajar, yo les debía importar veinte pedos. ¿Quién era yo en sus planes? De última si yo bajaba, igual quedaban unas quince personas en el ómnibus. Me iba a bajar. Pensé que lo mejor era no mirarlos y hacer como si no pasara nada, tipo que me bajaba en la que viene como todos los días. También pensé que si uno de ellos me hacía un gesto como advertencia o amenaza y yo no lo estaba mirando, se enojaría y capaz me disparaba ahí nomás... Entonces los miré pero sin meterles la pesada, era como pedirles permiso por la vista. Me agarré del respaldo del asiento delantero y sentí un sonido fuertísimo, como una locomotora a toda velocidad o un torno de los de la fábrica de Juan Negreira cuando funcionaban en verano durante veinticuatro horas de corrido, los empleados entraban, trabajaban, terminaban sus turnos, le daban el lugar a otros empleados y los tornos seguían funcionando sin parar. No le di pelota, asumí que sería el ruido del miedo y me levanté lentamente. Los tipos no se movieron, ni se inmutaban, aunque yo no podía darme cuenta si me estaban mirando exactamente a mi o al pasaje en general. Decidí seguir cada uno de mis movimientos a la misma velocidad, porque parecía que todo estaba funcionando bien. En el momento en que estuve completamente erguido, sentí un agua en la boca, un agua dulce, y me asusté. ¿Me estaba descomponiendo del miedo, era como una enfermedad aguda eso? ¡Pero el vómito o la sangre no son dulces! Dudé. En ese momento me di cuenta de que uno de los tipos tenía cuerpo de mujer. Era una mujer. Capaz tenía entonces más posibilidades de salir vivo de esa, porque las mujeres son naturalmente más buenas que los hombres. ¿Tenía azúcar en la boca? ¿Azúcar que se estaba disolviendo en mi saliva? ¿De dónde salía? Por las ventanas se veía que estábamos entrando a la ciudad de Canelones. Eso, de alguna manera, me dio fuerzas para continuar. Salí de entre los asientos y caminando de costado, con el pretexto de mirar dónde me bajaría, miraba para adelante al trío secuestrante. Apenas se movían. Hasta que uno de ellos, no la mujer, se dio vuelta quedando de cara al parabrisas y se quedó así quieto, con los hombros algo caídos, incluso. ¡Mejor! pensé. Me arrimé más "naturalmente" a la puerta de atrás y toqué el timbre. En ese momento una señora de edad, que estaba cerca de la puerta, dio un respingo, y la vieja puta me contagió el miedo, por lo que agucé mucho más mi vista para mirar a los tipos de adelante y a la mujer. Nada. No hacían nada. ¡Mi lógica funcionaba! ¡Les importaba veinte pedos el pasaje, solamente querían viajar gratis! Y el ómnibus empezó a arrimarse a la vereda frenando. Pensé en tirarme en cuanto abriera la puerta, aunque no frenara del todo, no me importaba lastimarme, pero todavía no se abría la puerta. Afuera, se veían puestos de una feria que estaba sobre la vereda. Vi ropa y algunas cajas de juguetes. Claro, estábamos cerca del seis de enero y ya la gente compraba las cosas para los reyes de los nenes. Vi un borracho con la ropa desarreglada y la piel del rostro curtida por el sol y pensé "pobre desgraciado, está en pedo y son recién las diez de la mañana" ¿Qué queda para esa gente? ¿Seguir tomando toda la vida como adictos al alcohol? ¿No acostumbrarse a nada más que vagar como en una pecera esférica llena de vino clarete? Mi padre murió así, con el hígado consumido por el whisky, el vino suelto del almacén y las revistas pornográficas. Todo en su vida era una suma de cosas mugrientas que se mezclaban en una pasta gris como el cemento y él le agregaba los ladrillos de las horas para hacerse su celda de mierda. A eso había que sumarle el olor del cigarro. Dos cajas por día. ¿Cómo mierda podía resistir tanto? ¿Y cómo mierda mi madre pudo haberle chupado la pija a un tipo así, y dejarse tener hijos con él? Hasta yo debía tener olor a alcohol y a cigarro por tener la sangre de aquel tipo. Imaginé que mi madre debía sentir el gusto a cigarro cuando le chupaba la pija y me sonó el handy. Era Eliana que me dijo "¿querés ahora?". La oferta en esa especie de código era una paja más, sobre el puentecito de arriba, donde estaban los armatostes de las luces y los peces de colores armados con goma eva, casi casi contra el techo mismo del teatro. Había que caminar agachados ahí, como serpientes pensé. Lo malo era que tanto cablerío, aún en el medio de la golosa paja que se venía, me haría acordar que todavía no arreglábamos el fusible flojo. ¿Y si le decía a Eli que esta vez quería penetrarla? O acabarle en los labios de la vulva, yo qué sé... cambiar un poco, jugárnosla. Y sé que estoy obrando como automáticamente, como guiado exactamente por lo que la sociedad me dice que haga, siendo empujado por un auto lento desde detrás, sintiendo el paragolpes en las pantorrillas pero sonriendo, como un imbécil, porque el impulso me hace avanzar pero ¿qué pasa si me quedo quieto? La música se termina para siempre. Quedo desnudo para siempre. Quedo habituado a las sombras. Quedo en un estado de mantenimiento eterno, como el fusible flojo. Quedo igual que el hombre a la deriva de Quiroga, en una muerte que todos prevén y él niega, ignora, patalea contra. Yo sé que nos enseñan a no cuestionar las cosas y cuando nos enseñan a cuestionarlas, es una forma de no cuestionarlas pensando que las cuestionamos. Sé lo que pasa cuando un monitor de una computadora actúa sobre nosotros, o el humo del porro o el dinero. Pero otra cosa es que pueda esquivarlos, como en un salto alto, dándoles la espalda mientras gano altura y sabiendo que voy a caer en un colchón re mullido. ¡Entonces todo me chuparía tres huevos! Me detuve por un momento entonces. Ojo, estoy seguro de que elija lo que elija no tengo salida, es como reptar en un cuarto encerrado de forma horaria o anti horaria tratando de que esos cambios abran la puerta, ablanden al carcelero, derritan la cerradura, desaparezcan las paredes, me despierten de la pesadilla y aparezca mágicamente en un hogar maravilloso. Me detuve igual. Sin ganas de llorar pero cansado, esperando que la canción que me gusta llegara en el disco este nuevo. Abrí la heladera y tomé dos buches de agua fría. Saqué el paquete de ravioles al vacío y lo tiré arriba de la mesada de la cocina, maullaron las dos gatas al mismo tiempo. Primero puse agua a hervir, y luego les serví las pastillas esas sequitas. Resoplé. Resoplaba. Empezó la canción que yo quería, pero no me gustó, era obvio. Fui a la ventana y miré para afuera, capaz que salir a caminar me despejaba un poco. ¿Llamaba a Eliana y le pedía que viniera esta noche? No sé.

Tercera Parte

Subí al cuarto de arriba a mirar por la ventana que da a la iglesia y me arrimé una silla especialmente para sentarme a mirar. Intuí que sembrar mi vista en un punto fijo me ayudaría a tomar la decisión. Los vecinos escuchaban Fernando Cabrera. El cielo estaba por llover. Las gatas quedaron abajo, lamiéndose después de comer. Recordé que había decidido barnizar la baranda de la escalera ahora que hace calor, para que secara más rápido. ¿Y si me hago un café mientras? Tenía que bajar a hacerme el café, esperar a que hirviera el agua y subir, pero el pecho, sinceramente no me daba para tanto. Me recosté en la silla y sentí que el cuello hacía una mueca de hastío. Era posible que sintiera unas líneas celestes, medio calientes que me vendaban la cabeza toda la semana, todos los ratos. Y aunque había adelantado algo en mi vida, como tener dos gatas y acariciarlas, cuando pensaba en el escritorio del trabajo pensaba en el fusible flojo. Sus alcances y consecuencias. El trabajo sin hacer. Y justo pasó un fusca por la calle enfrente al claustro. Un fusca rojo. En ese mismo momento me sonó el celular y miré: mensaje de Eliana. Tiré el celular por la ventana, sin medir, sin pensar, sin nada, como sacarse una camisa blanca después de un casamiento y dejarla caer a los pies de la cama medio en pedo. Y se terminó el casamiento y la fiesta y solamente queda el descanso que me va a llevará hasta el día siguiente. Pensé que eso indicaba que se estaba terminando un capítulo y me sentí corajudo. Con miedo pero corajudo. Porque me había deshecho de mis contactos, de mis comunicaciones. Estaba siendo más atrevido que cualquier persona que conozco. También es cierto que el límite entre coraje y estupidez, a veces... Ta. Me paré. Bajé las escaleras y me puse la campera, salí a buscar el fusca. Decidí que el auto tenía algo que ver, capaz que si lo seguía todo cerrara, cicatrizara, suturara, no sé. Empecé a caminar por esas cuadras que lo vi y luego no sé, no llegué a ver tanto, me dejé llevar y me dejé llover, porque se largó una lluvia fina de esas de todo el día. "Esto es limpieza" me dije y seguí caminando. ¿Qué era lo peor que podía pasar si me empapaba? ¿Engriparme? ¡Ni tanto! Entonces entré en el supermercado y me compré una petaca de whisky, mi defensa contra los microbios. Apenas al salir la petaca se me resbaló de la mano y cuando la vi romperse, todo mi cuerpo perdió estructura. De pronto era como si al tocar la petaca el piso y quebrarse, mis huesos se hubieran desvanecido y solo quedara la carne y la piel, los órganos húmedos, el pelo, los ojos, y ni siquiera sentía la firmeza de los dientes en la boca. Me sentí un imbécil, porque me di cuenta de que lo que estaba haciendo era como un capricho de nene chico que quiere cambiar su vida haciendo lo primero que se le viene a la cabeza. Me senté en el suelo y traté de pensar, pero sentí mucha vergüenza de mi mismo. Allí, siendo una babosa, una bolsa de yo, me mojaba la lluvia y el viento me lambeteaba húmedamente en un día gris. Cerré los ojos y traté de borrar todo y arrancar de vuelta, pero lo primero que pensé es que estaba confundido, porque no podía recordar en qué época del año estábamos. ¿Otoño? ¿Invierno? ¿Por qué llueve con tanto frío? Traté de respirar profundo pero creo que mis funciones vitales ya no eran las mismas. De hecho ni siquiera podía mirar algo, mover los ojos, enfocar. Aunque sentía olor a milanesas. ¿Y si intentaba desplazarme? ¿Dejaría un rastro húmedo en el piso, como las babosas? ¿Me pisaría la gente? Hice un poco de fuerza hacia la izquierda y me moví. Un poco más y me moví tanto que pronto me di cuenta de que me estaba cayendo para el costado. Automáticamente acomodé el cuerpo, fue un movimiento que ya estaba integrado, y bajé de la cucheta como un rey, quedé perfectamente de pie y eso que no había una sola luz. Sentí el ruido de una mosca y la respiración de mi compañero de abajo que dormía profundamente. ¿Qué era todo aquello? Seguía sintiendo la sed de café. Me di cuenta de que el piso estaba helado y pensé en calzarme pero algo en mi cabeza me previno, me advirtió y me apuró. Tenía que salir cuanto antes de ahí, era mi oportunidad. Me puse nervioso, cerré los puños y me vino un escalofrío... ¿Sentía miedo de mi compañero? Sí. Esa era la respuesta. ¿Yo estaba prisionero ahí? No sé. Pero debía escapar ahora mismo aprovechando que él seguía dormido. Pero ¿y el amor? ¿Y encontrar a la mujer adecuada? No solamente el sexo, no solamente ser unos perros en la cama, no solamente mimarnos con galletitas azucaradas durante el mate o compartir paseos por la rambla... ¿Qué pasaba con eso? ¿Siempre tenía que estar escapando? ¿No podía frenar un cacho a buscar eso? ¿Una mujer dulce? ¿Otra madre increíble para mis hijos? Alguien, pensé mientras salía del cuarto, que también amara a las gatas, les diera de comer y mucho cariño... Alguien que no tenga alergia a los pelos de gato... Alguien que bese muy bien... Me encanta chocar los dientes cuando beso por primera vez a alguien, es como la sensación que me informa que ese beso, ese encuentro, ese conocimiento y esa boca, son genuinos. Empecé a moverme a tientas a través de lo que parecía ser un largo pasillo, supuse que en algún momento mi vista se acostumbraría a la oscuridad y podría empezar a planear hacia dónde ir. También recordé que en las películas siempre que están perdidos en la oscuridad, encuentran alguna hendija de luz que los guía hacia la salida. Pero creo que también eso tiene que ver con asociar la luz con la divinidad, con el lugar hacia donde hay que ir, adonde la sociedad cristiana nos empuja. No es que haya luz porque es el afuera, sino porque incluso cuando uno muere ve una luz hacia donde tiene que ir. Empecé a sentir el frío, tenía el pelo mojado y me goteaba en los hombros, me daban chuchos de frío y no me sentía cómodo. Imagino que era como algo medio psicológico, porque podía captar la belleza de la imagen, las gotas cristalinas cayendo y entrando en contacto con mi remera de algodón y esparciéndose divinamente, como en un descanso real, mientras la remera les daba sitio y, al mismo tiempo, me defendía un poco del frío. Es algo muy hermoso. Y a la vez, estaba tan solo allí... Cuando saliera iría al almacén. Siempre que me sentí solo fui al almacén. ¡Es medio loco pero es así! ¡Jaja! Incluso un domingo caminé varias cuadras hasta el shopping porque el almacén estaba cerrado. Pero claro, en el shopping no conocía a nadie y los vendedores de los comercios no te tratan para nada bien porque no les interesa conocerte. Ojo, en el almacén yo charlo con Elito, pero tampoco puedo decir que lo conozco. ¿Qué sé de él? Que tiene un almacén, que tiene un hijo de ocho años con unos ojazos verdes, que se separó de la mujer el fin de año pasado, que le gusta jugar a la quiniela, que atiende con simpatía, que es alérgico a las frutillas y le da miedo hasta tocarlas para no brotarse... ¿Lo conozco? Me cae bien y chau. Punto. Me saqué la remera. Más frío pero más hermosura. Capaz que esto es una prueba. Capaz que me tengo que jugar los huevos y pasar un poco de frío para que aparezca la salida. Pero no solamente la salida de acá, sino una nueva etapa en la vida. Y vi una puerta en el fondo del pasillo por lo que me fui acercando hasta ella. Apoyé la oreja contra el metal helado y escuché. Oí voces. Como niños cantando un himno. ¿Un acto patrio? ¿Milicos?

Cuarta Parte

Eran exactamente niños cantando un himno, pero no me daba cuenta cuál. Y entonces me di cuenta por qué: era un tango, no un himno, pero era Madreselvas, el tango que me habían enseñado en la escuela y lo solíamos cantar algunas veces en algunos actos. Me reí ahí mismo y tanteé el picaporte, pero estaba cerrado. La puerta estaba cerrada con llave. Otra vez la frustración. Bajé la cabeza y me quedé así un momento, sintiendo el olor a encierro de ese lugar. ¡Puta madre! Y entonces oí el ruido de alguien que metía una llave y me abrió la puerta. Era una señora vestida como empleada de limpieza, que me sonrió y se alejó por el pasillo hacia adentro mientras yo le daba las gracias y miraba al montón de niños todos ordenaditos cantando un tango. Me dio el sol en la cara y en los hombros y sentí un escalofrío que me bailó por dentro. Y primero temblé y después me puse a llorar, tapándome tan fuerte la cara con las manos que me dolió la nariz. Lloré de no sé qué, no quería que me viera nadie pero tampoco quería salir de ahí porque sabía que si me alejaba iba a dejar de llorar, me iba a alejar de los estímulos y era eso lo que me hacía llorar y yo... yo quería llorar un rato más, necesitaba llorar un rato más. Los niños cantando, el sol dándome de lleno, las puertas del encierro abiertas... Llorar un rato era como respirar. Me senté entonces en el piso contra la pared, agaché la cabeza y moqueé un rato. Cuando recordé que el fusible debía seguir flojo y que era exactamente el puto fusible lo que me había llevado hasta allí, levanté la vista. La empleada de limpieza había vuelto y barría el piso del patio. Ya no había niños ni estaba el carrito de panchos que había visto. Había hojas desparramándose. Enroscándose con el viento. Empecé a irme para casa, entonces. Me levanté y busqué la salida. En todo el camino seguía escuchando Madreselvas en mi cabeza y me dieron ganas de llegar a casa y poner un tango, así que me fijé eso como meta y empecé a pensar en cuál tango. ¿Julio Sosa? Pero cuando llegué a casa me distraje. Apenas al entrar oí que sonaba el teléfono y atendí. Era Eliana. Mientras la escuchaba tratando de tentarme sexualmente, el olor de la casa, mi olor, me batió una soledad que fue muy fuerte como para esquivarla, y con todo lo vivido cargándolo en el pecho, mejor era no pasar la noche solo, así que le dije que se viniera aunque tampoco estaba seguro de eso. ¿De qué mierda estaba seguro? De nada. Hacía años que no estaba seguro de nada y me enorgullecía de eso tipo "es mejor vivir en el terreno de la incertidumbre y adaptarse, improvisar". ¡Valiente! Y pajero también. Ahora no tenía absolutamente nada y no había nada que me enganchara el pecho hacia algún lugar. Pero bueno. Me serví un whisky, me desnudé, puse música hindú y entré a bañarme. Música hindú pero medio electrónica. Capaz, pensé mientras me enjabonaba, que esta podía ser una noche de sexo descansado y mañana me levantaría con ganas de algo. De última me gustaban los besos de Eliana y capaz hasta podía convencerla de llegar a un coito en lugar de pajearme como siempre con su mano tan suave. Yo qué sé. ¿Ella no querría coito porque tenía miedo de enamorarse de mí? Capaz era eso. Porque hay gente que piensa que el sexo lleva de inmediato al amor y cosas así. Capaz que de pajearme no le pasaba nada, pero la mina sentía que si pasábamos a otra cosa, tipo sexo de pene y vagina, ya era abrazarnos desnudos y había mucho más contacto y mucha más cosa en juego, tipo que la vagina es un lugar super íntimo y solamente debe ser compartida con una persona medio especial, el hombre que ames o algo así. ¿Y yo? ¿Yo la amaba? No, jamás. Pero sí es cierto que me gustaba mucho estar con ella y me sentía muy cómodo con mi pene en su mano, sentía que ella lo cuidaba y que me cuidaba, como si mi pene y yo fuéramos compañeros y ella nos tuviera cariño a ambos. Es medio difícil de explicar, pero me sentía re cómodo con ella y eso era lo que importaba. ¡Ahí me di cuenta de que ella nunca había venido a mi casa! Ahora era yo el que tenía que hacerla sentir cómoda. ¿Le gustaría el vino? Tenía un cabernet que había sobrado del cumpleaños de mi hermano y era bueno. ¿Cuánto tomaba Eliana? No tenía idea si le gustaba el alcohol... De hecho capaz que ella ni venía a quedarse toda la noche, capaz que quería hacerme una paja, sentir mi verga caliente y dura en la mano, escucharme gemir y sentirme a acabar y ta, se ponía la campera, me sonreía y se iba. ¿Y yo estaba pensando en tomar un vino y comer algo? ¿Acostarme en la misma cama con ella? Abrí el estante del medio del placard de la cocina y saqué la bolsa de papas chips, pero solamente tenía eso. Si quería maní o alguna longaniza... ¿Y si ella no venía a comer? La llamo y le pregunto. Salí del baño, atravesé el comedor en calzoncillos y oliendo a desodorante, cuando llegué al teléfono me pareció que todo estaba como siempre pero... había algo raro en el comedor... Lo primario, me dije, era llamar a Eliana a ver si quería picotear alguna cosa con un vino, pero ahí me di cuenta que había algo en la mesa del comedor que me llamó la atención... El color... Era un marrón ligeramente más clarito que el de siempre. Ahora medio que todas las mesas son de ese color que se llama tabaco y mi mesa era así, pero estaba más clara y más... Me acerqué y la toqué. Nada. Pero cuando afiné la vista me di cuenta de que parecía como si estuviera pintada de hace poco. ¡Imposible! Sonó el timbre, Eliana no podía ser tan rápido. Me puse un jogging y la campera, me calcé las pantuflas y salí al patio derecho al galponcito. Pasé por al lado de mi celular tirado en el pasto. Me costó mucho abrir, como siempre, porque esa cerradura está muy oxidada. ¿Cuánto hacía que no pensaba en el fusible? Cuando abrí me quedé medio helado: dos latas de pintura sintética del color de la mesa estaban ahí. Una abierta vacía, y la otra cerrada y manchada. ¿Qué...? Sonó de vuelta el timbre. ¡¿Quién entró en mi casa a pintar la mesa?! Me llega un mensaje al celular y me acerco y chequeo. Álvaro me esperaba en la barraca para comprar las varillas. ¡Que se vaya a cagar, pensé! ¡Alguien entró en mi casa, me están tocando timbre y ahora viene Eliana a coger o a hacerme una paja o a comer algo! ¡Carajo! ¡Me enfurecí! ¡Claro, pará un poco, carajo!

Quinta Parte

Crucé el patio directamente a la casa enfurecido con la persona que había tocado el timbre. Ya está, ahí había puesto todo mi enojo y calentura con una situación que no entendía. Merecía que le dieran un buen sacudón y una puteada por no esperar tranquilamente a que lo atendieran o lo que fuera. Respeto, no sé. Lo que sea, estaba muy enojado, pero cuando llegué a la puerta la abrí de sopetón y me asusté mucho. Porque volví a ver las latas de pintura exactamente en la misma posición que estaban en el galponcito del patio, pero ahora estaban en la puerta de entrada a mi casa. Marrones y quietitas, ¡parecía que se estaban riendo de mí! Cerré la puerta y sentí el olor de la pintura igual. Supuse entonces que estaba teniendo un mareo o algo así. Porque tengo entendido que cuando alguien tiene un mal viaje sin tomar nada siente olores que no existen, ¡y esas latas no podían estar existiendo ahí! Traté de tranquilizarme y pensar serenamente, pero lo que logré fue bajar las manos con las palmas abiertas y mirar hacia el techo. Me apuré hacia el sofá y me senté con la cabeza entre las manos, no quería mirar hacia la mesa para no ver de vuelta ese color, ¡quería zafar de esa situación marrón! Sentí en los dedos algo mojado y era mi propio sudor, entonces me acurruqué. Se me va a pasar si me quedo así quietito un rato, ¡por favor! ¿Tomar alguna cosa? ¿Qué? ¿Llamar al médico? ¿Qué le digo? Además el médico iba a charlar conmigo un rato largo y mientras venía y charlaba y me daba los medicamentos y se iba, capaz que esto se me pasaba solo. De hecho, ya no sentía el olor, pero creo que era el miedo. Salir de ahí era impensable, escuchaba caer la lluvia todavía golpeando el techo de la carpa y si me empapaba en ese estado quizás empeoraría muy mal. Ahí me di cuenta de que lo que tenía podía ser fiebre, una fiebre galopante, de esas que te hacen delirar y sentir sensaciones como de manos arrugadas, y me toqué la frente. Estaba exactamente caliente y sudaba, pero yo tenía frío, me subí el sobre de dormir hasta las orejas y esperé sentirme mejor acurrucado. Me imaginé que si lograba mantenerme quieto me haría bien, pero la que no se quedaba quieta era mi mente, dando vueltas constantemente en pensamientos de qué me estaba pasando y qué podía pasarme allí solo, en la carpa, acurrucado y sudando, enfermo de quién sabe qué mierda, ¡por Dios! ¿Y si me masturbaba? Capaz me quitaba un poco la tensión, me cansaba, me distraía y me dormía o me dejaba aletargado y podía mantener la calma con más facilidad, olvidando un poco lo que me pasaba y pensando en sexo, en mujeres y en partes del cuerpo de las mujeres que me excitaban. Capaz pensar en alguna mina que no me había podido coger en el liceo y que ahora fantaseaba que sí me la cogía, incluso podía fantasear que ella estaba acá en el camping y me venía a visitar a la carpa. Empezó a llover más fuerte y sonó el celular. Pensé "si es una mujer aprovecho el estímulo y me pajeo, no importa cuál sea el mensaje, pero ojalá que sea de cariño". Estiré la mano hacia mi derecha, desacurrucándome un poco y eso me molestó, pero al tantear sobre la mochila y meter la mano en el bolsillo que era, no encontré el celular. Así que me tuve que desacurrucar del todo y, con el sobre de dormir medio puesto, me arrodillé a buscar el celular. Suspiré pensando que tenía que ser más ordenado si estaba solo en una carpa, enfermo y lloviendo, porque el celular me podía salvar la vida. Entonces me reí, ¿salvar la vida? ¡Pará, exagerado! ¡Tenés una gripe y ya estás comprometiendo la vida! Empezó a llover más fuerte aún y el sonido de las gotas, que hubiera sido precioso si estuviera con una mina acá adentro durmiendo la siesta, era insoportable golpeando el nylon de la carpa. ¿A las hojas de los árboles no les hartaría tanto golpeteo? ¿Cuánto hacía que estaba lloviendo así, un día entero? No tenía mucho miedo de que entrara agua, había puesto la carpa en un lugar bastante alto del camping y había hecho unas canaletas importantes, tomando eso como un buen trabajo físico para empezar mi "retiro espiritual" con energía y compromiso, tratando de imponerme un poco de disciplina en esto de irme cuidando mejor en la vida. Incluso en las cosas pequeñas como las canaletas alrededor de una carpa que, por un lado me podían salvar de situaciones como esta, y por otro me hicieron sudar agachado con una palita de metal que me habían prestado en la administración. Así que había hecho ejercicio físico por una razón saludable en dos sentidos al mismo tiempo. Y además había charlado con la gente de la administración y me habían caído muy bien. Ahora estarían tomando mate allá bajo techo y capaz que comiendo algunas tortas fritas, porque me había parecido gente bastante tradicional cuando hablé con ellas del precio y las condiciones generales del camping. Pero esa era mi propia idea, capaz que en realidad no les gustaban las tortas fritas. Pero, ¡si no conozco a nadie que no le gusten las tortas fritas! Conozco gente que no le gusta la carne, conozco gente que no le gusta la pasta, conozco gente que no le gustan las bebidas alcohólicas, ¿pero gente que no le gusten las tortas fritas? Encontré el celular. ¿Yo lo había puesto adentro de una media? Raro. El mensaje era de Paola y decía "Hola, cómo estás?". Puta madre, no esperaba que el mensaje fuera una pregunta, y menos de Paola. Porque con las preguntas no me puedo pajear, tengo que contestarlas. Al menos no con estas preguntas tan bobas o neutras... En fin, al menos alguien con quien charlar y capaz que... Pero, ¿Paola? Lo que pasa que Paola era la hermana de una ex novia muy linda que tuve hace años. Lucía. La verdad que cogía muy bien con Lucía y los cuerpos se nos "encastraban" muy bien, pero me divertía mucho con Paola porque le gustaba mucho jugar al pool y a las cartas y tenía una "sonrisa para todo", así le decía yo. "Sos una sonrisa para todo". Tanto de bien nos llevábamos que seguimos viéndonos luego de separarnos con Lucía. Más o menos una vez por mes o cada dos meses nos juntábamos a jugar al pool con sus compañeros de trabajo y además ella aprovechaba para presentarme a alguna compañera que estuviera buena o que fuera "fatal" como decía ella, en la cama. A mí en realidad me daba un poco de cosa eso porque yo no me considero "fatal" en la cama y creo que si una persona es muy buena en la cama, va a querer un compañero acorde porque si no va a sentir que está metiendo mucho huevo, como que está invirtiendo mucha energía y si la otra persona es medio torpe o no sabe cómo satisfacer los "requerimientos" de su compañero de polvo, la situación va a ser molesta para los dos. Yo soy standard, digamos. Porque me gusta el sexo como a todo el mundo y me gusta gozar. Punto. De ahí a ser "fatal", me parece que hay un mundo de diferencia. Además la idea de que Paola me consiguiera una amante o una novia me parecía como que estaba tratando de llenar el vacío que la hermana me había dejado. A mí me había dolido la separación con Lucía, pero no era para tanto. Yo ya estaba crecidito y podía llevar bien la situación, con dolor pero bien. Pensé en qué responderle a Paola y levanté la vista hacia el techo de la carpa suspirando, y ahí me di cuenta de que la lluvia había escampado un poco por fin, aunque seguía goteando. Podía ser que gotearan los árboles y que realmente hubiera parado de llover. ¡Ojalá! "Pasado por agua, acá en el camping de La Floresta, Canelones". Y definitivamente descarté la paja. Pero me sentía un poco mejor. Este pequeño contacto con otro ser humano, aunque fuera a través del texto en ese aparatito, era algo reconfortante. Supongo también que era lo que yo quería creer... ¿Pero qué tiene de malo que quiera creer algo que me hace bien, no? ¿Le hace mal a alguien que yo crea eso? No, no le hace mal a nadie. ¿Entonces? "Estoy con una amiga en el auto, estamos cerquita de ahí, ¿te pasamos a buscar para pasear?"

Sexta Parte

Por supuesto que acepté, no me quedaba otra. ¿Me iba a quedar ahí enfermo y encerrado, tratando de calmarme con una paja o mensajitos de texto? Era preferible encontrarme con Paola y su amiga y, en todo caso, que ellas me dieran algún remedio que me hiciera bien, porque las mujeres suelen llevar remedios en sus bolsos, siempre llevan medio que un set contra los dolores de cabeza, de ovarios, algún antialérgico, etcétera.. Yo creo que es porque la mujer está más destinada a estar preparada contra las cosas que le pueden hacer daño y las enfermedades. No creo que tenga tanto que ver con el instinto maternal ni nada de eso, simplemente que se creen más vulnerables y por eso andan como a la defensiva. De hecho si se creen más vulnerables, se convierten en vulnerables, aunque al mismo tiempo se preparen para dejar de serlo cuando les sea conveniente. ¿O era mejor aprovechar el auto y levantar campamento? ¿Yo quería seguir allí en el camping otros dos días más? La luz del sol empezaba a iluminar la carpa. ¡Al fin estaba parando la lluvia! Abrí el cierre y salí, así de medias y sudado, hecho una masa de pegoteo y sudor asqueroso, a ver si el aire me cambiaba mágicamente la piel por otra más fresca, ¡si cambiaba mi yo por otro más fresco! Sentía el cuerpo como empantanado, como si hubiera estado muchísimos días en la misma posición, como una máquina que está vieja y no responde del todo a los comandos... El aire era pesado, el sol no hacía más que calentar toda el agua que empapaba el pasto y los árboles, y el clima estaba pesado. Uf... Pero el cielo se estaba despejando, quizá pudiera sacar toda mi ropa mojada para afuera y colgarla. Y mientras tomaba esa decisión, un pensamiento se me quedó trabado con absoluta seguridad: ya era hora de irme de ahí. Dejar ese camping, ese "retiro espiritual" e irme a casa. Tenía el auto, tenía las muchachas que me ayudarían a desarmar y hacer el bolso y lo mejor era irme para casa y ver cómo evolucionaba la enfermedad y, por supuesto, cómo evolucionaba yo. Parecía todo bastante fácil y parecía que el universo me hubiera puesto ese auto con la chicas allí para poder zafar de esa situación y ¿quién sabe?, capaz que al final la amiga de Paola me terminaba gustando y pasábamos un buen rato los tres juntos. Cuando llegó el auto yo ya estaba adecentado con la ropa puesta aunque me sentía muy cansado y obviamente no podía seducir a nadie en ese estado, a lo sumo dar lástima. Me convidaron con mate al bajar del auto y Paola me presentó a su amiga Natalia. Era bonita, quizás algo gordita para mi gusto, pero me cayó bien. Parecía que sí, que ella tenía ganas de algo, aunque su mirada se posaba más en el camping y en los árboles que en mi: "¿Vamos a pasear un rato antes de irnos?" dijo. Yo no estaba como para pasear y se los dije. Me daba cosa porque habían venido expresamente a ayudarme y yo les estaba cortando el mambo, pero lo que pasa que no podía caminar ni tres cuadras, necesitaba mi cama y descansar. Así que aceptaron, e incluso creo que Natalia de mala gana, pero nos subimos en el auto, pasamos por una farmacia para comprar un antigripal y luego seguimos hasta llegar a casa. Yo iba atrás, en compañía del bolso y no tenía muchas ganas de charlar con ellas, así que hice bastante silencio cuando me lo permitieron y entre el movimiento del auto y mi cansancio, en un momento me dormí. Me desperté al ratito y cuando la vi la puerta de mi casa casi me pongo a llorar. Estaba débil, pero no era una debilidad solamente de la enfermedad, era una debilidad más grande, una debilidad de sentimientos, de sentirme arrastrado por las situaciones sin poder hacer absolutamente nada. Ni soy el protagonista de mis propias enfermedades, ni soy el protagonista de mis propias salvaciones. Me dio un dolor en el pecho y me agarré de la puerta del auto para que no se notara nada, no sé. "¿Querés que te compremos unas cosas para comer mientras te das un baño y te acostás? Ya que estamos con el auto..." Definitivamente Dios estaba de mi lado. Si yo no aprovechaba este cariño y esta situación, era un retardado mental. Les dije que sí y entré en casa, dejando caer la mochila y la carpa en un rincón y yendo al baño primero que nada. Me saqué la ropa y entré en la ducha. Abrí los grifos y dejé que el agua entibiara entre los dedos de mis manos. Era el cielo. Ese momento era el cielo. Mientras me pasaba el jabón por el cuerpo, tenía la sensación de que me iba sacando la enfermedad y la tristeza y se iban con el agua, así que me di flor de baño, muy tranquilo y muy despacio, sabiendo que eso me estaba haciendo mucho bien, llegué a sentir que era como limpiarme el alma. ¡Jaja! ¡Es una locura, porque se parece a esos tipos que van a la iglesia y les dan un jabón para sacarse los pecados y después van a la casa y se refriegan y refriegan! Y esto era parecido, pero me hacía bien igual. Después salí y me sequé tranquilamente. Entré en el dormitorio y me acosté desnudo, con el calzoncillo abajo de las sábanas para ponérmelo cuando vinieran ellas, pero tenía ganas de estar completamente desnudo en la cama, tal cual soy. Me quité el reloj, abrí los brazos y cerré los ojos. Estaba muy bien así, pero capaz que para que el momento fuera perfecto necesitaba música. Me puse el calzoncillo y me levanté. ¿Ya se me había ido la fiebre? Me toqué la frente y no sentí calor de más. Capaz que el baño me había mejorado o la pastilla que tomé en el auto o las dos cosas. Incluso capaz que lo mejor no era estar acostado y esperarlas levantadas para comer algo con ellas y después sí acostarme a dormir de largo, como medio acurrucado y deseando que el mundo se me desconectara un día entero seguido. Prendí la tele. Empecé a ver la de guerra que está nominada al Oscar. Me aburrió. Terminó. ¡Qué raro que no llegaran aquellas! Le mandé un mensaje a Paola. Empecé a ver el compilado de noticias de la noche. Nombraron el fusible flojo pero como de pasada. Nada. Llamé a Paola por el celular. No me contestó. Me puse el jogging, estaba empezando a refrescar. Nada. Me vino hambre y saqué de la heladera el frasco con dulce de zapallo. Agarré un paquete de galletas y puse agua para un té. Nada. ¿Les habría pasado algo? ¿Y si chocaron? Paola maneja muy bien. Sí, pero los demás conductores no. Nada. Me comí dos galletas mientras caminaba por la casa. Por algo está este tema del manejo defensivo, para que los conductores hábiles se cuiden de los otros estúpidos. Nada. Subí el primer tramo de escaleras y miré por la ventanita que daba al pozo de aire. Nada. Habían dos hombres con linternas que estaban haciendo un pozo en el patio interno, habían sacado unas baldosas y estaban cavando, pero era una hora muy rara para hacer arreglos de jardinería, así que me quedé mirando mientras me daba un poco de frío. Nada. Vino un hombre más y traía un pedazo de comida en la mano, venía mascando y cuando llegó, los tres sonrieron como en un chiste. Ahí fue que sentí que algo "podrido" estaba pasando y vi las bolsas en el piso.

Séptima Parte

Agarré el banquito que estaba contra la pared, el que debía usar el sereno cuando se le pagaba el día feriado, y me senté a mirarlos por la ventanita. Las bolsas que había en el piso eran grandes y de un nylon negro brillante, como las que usan en la televisión para embolsar cadáveres, pero estas eran un poco más chicas. ¿Cadáveres de niños? ¡Jajajaja, noooo animal! Era imposible que hicieran eso porque no tenían cara de asesinos, pero se movían de una manera que me pareció que eran como ladrones o algo así. Me daba la impresión de que estaba pasando algo como un fraude, una estafa. Alguien iba a salir jodido. Y era mi oportunidad de ver una joda desde ese lugar. Yo fui víctima de jodas de dinero e incluso de amores, cuando Ernesto me dijo que no iba a salir con Lidia "ni a palos" porque no era su tipo y se terminaron encamando en el viaje a Florianópolis. Lidia no era el amor de mi vida, pero me gustaba mucho pensar que su cuerpo y su sonrisa me pertenecían. Y cuando me enteré de aquello al borde de la piscina, Lidia estaba con una malla que tenía estampadas gaviotas blancas en un cielo naranja y Ernesto estaba tomando whiscola. Y yo me sentí jodido, me sentí muy mal porque no fue tanto el dolor de sentirme traicionado como la sensación de estar en el último lugar en el piso del mundo, la mugre, el barro, ser un manchón de polvo sucio que resulta pisoteado por los demás pero no porque los demás sean sádicos, sino porque nadie puede verme, considerarme, tenerme en cuenta. Un cornudo estúpido. A Lidia no la volví a ver más, supongo que en parte era porque no quería hacerlo, supongo que en parte era porque ella ya no quería verme más y nuestros caminos no se cruzaron. Y a Ernesto lo terminó atropellando un auto al año siguiente y se fue a vivir en silla de ruedas al interior, nunca supe a dónde y nunca pregunté y no me interesó. No se merecía el accidente, ¡se cogió a una mina, no era para tanto! Miles de veces deseé que le pasara algo malo, pero no físico, capaz que quise que sufriera pero más de tipo depresión y tristeza. El tipo que venía mascando comida tiró un pedazo al hoyo que habían cavado y los tres se lo quedaron mirando. El más bajito, el que tenía la pala en la mano, la tiró a un costado y empezaron a meter las bolsas en el hoyo con mucho cuidado, como si tuvieran algo frágil. Tomé un sorbo de té que ya estaba medio frío y en ese momento me sonó el handy. Me asusté, me dio una paranoia ahí porque pensé que los tipos me iban a oír, pero no, yo estaba muy lejos. Era el rusito, preguntando por la caja verde de herramientas. O sea, voy a tratar de aclarar esto, Lidia no era la mujer más linda del mundo, y creo que eso fue lo que más me dolió. Una vez que una mina me da bola, yo le sigo el tren, aunque no sea linda, porque cuanto menos linda es, menos la desean los demás... ¡y termina cogiendo con otro! Uf, basta... No me sentí muy bien, las paredes pintadas al balé me daban la sensación de humedad y aún estaba noqueado por los efectos de lo que había tomado. "Capaz duermo." pensé. Y me paré para bajar por las escaleras, pero justo llegaba el ascensor y se estaba deteniendo enfrente mío. Pero estábamos en el segundo entrepiso de mantenimiento, acá no vivía nadie... ¿Quién venía en el ascensor un domingo para acá?

Octava Parte

De los sonidos aburridos de un edificio, el sonido del ascensor debe ser el que se lleva el premio por aburrido. Sin embargo en ese momento a mí me dio miedo. Yo tenía pila de ganas de estar solo y disfrutar de mi soledad y de esa especie de adrenalina de estar observando algo que capaz que hasta era un acto criminal o qué se yo. Pero ta. El ascensor se detuvo exactamente ahí mientras yo trataba de pensar una excusa de por qué yo estaba ahí, ya que en realidad en esa parte del edificio solamente andaba la gente que hacía el mantenimiento y la limpieza. Y una vez, me acuerdo que también vinieron de una empresa de fumigaciones porque teníamos una invasión de cucarachas impresionante. En aquel momento vivía con Eduardo y Daniela y las cucarachas habían hecho nido en el motor de la heladera, ¡era un asco! Cada vez que Dani corría la heladera para limpiar, teníamos que salir desbandados a pisar las cucarachas para que no se esparcieran por todo el apartamento. Yo era muy sucio en aquellos días, mi pieza era un hervidero de ropa tirada y libros de la facultad, creo que todas mis cosas olían a humedad o a encierro. Quizás era porque yo mismo vivía una especie de encierro, como que me había enclaustrado para que mi familia no me jodiera pero me pasé de rosca. Ya casi ni salía. Pasaba muy bien con Dani y Eduardo, comíamos juntos, hablábamos de nuestras parejas y organizábamos pequeñas fiestas en el apartamento, pero yo trataba siempre de quedarme en mi cuarto tratando de meterle a la facultad, comiendo libros como loco, ¿y para qué me sirvió? Para nada. Al final terminé agarrando el laburo en el primer barco que pude y me pasé de un encierro a otro sin terminar la facultad, sin tener una pareja estable, sin objetivos en la vida y completamente a la deriva. Cuando se abrió el ascensor, un tipo canoso con una mochila raída me dijo "Buenas noches" y entró al cuartito de servicio sin darme más pelota. ¡Cómo el miedo nos hace exagerar, eh! Sentí como un alivio y allí mismo me bajó un cansancio capaz que del miedo o los nervios. Apagué el televisor, me calcé las pantuflas y me fui a la cama. En la mesa quedó media milanesa sin tocar, cuatro o cinco papas fritas y la botella de Coca-Cola vacía. Una vez mi madre me dijo que lo bueno de tener una esposa era que te ayudaba a limpiar la casa y a poner las cosas en orden. Re machista la vieja. La cuestión es que dormí toda la noche de corrido y me levanté como si nada, como si estuviera recién bañado y pronto para cualquier cosa. Cuando calcé las manos atrás de la cabeza pensando que todo estaba bien y pintaba mejor, sonó el celular y era equivocado. Una señora llamando a una farmacia. No me cambió el humor, digamos, pero no me gustó. Capaz que soy re sensible y cualquier pelotudez me cambia el humor, pero no me gustó. Me lavé enérgicamente los dientes. Quería ponerle color al día, sentir aromas ricos, sabores fuertes, y se me ocurrió salir esa noche. ¿Por qué no? Era viernes. Los viernes la gente sale. Aprovecha para romper con la rutina, aunque digan que salir todos los viernes es rutina, pero eso lo dicen los cortos de mente que tratan siempre de encontrarle el pelo al huevo o la quinta pata al gato. Para mi estaba bueno salir ese viernes, medio empedarme y aprovechar que me sentía bien para desbarajustar todo lo vivido en la semana, que fue bastante pesadita. Y el sábado despertar medio zombi y capaz que con una minita al lado. Sonó el celular otra vez. Si es la señora le voy a decir una pavada. Pero no, el número es el de procuraduría, así que es la autoridad. El supervisor interino me llama para preguntarme por mi salud porque vamos a trabajar el fin de semana en Canelones norte. ¡A la mierda fin de semana! Mientras hablaba con él me metí al baño a mear, ¡estaba con una calentura! Y cuando tiré la cadena, pensando en que él iba a oír el ruido y era medio que como un insulto, en el fondo del inodoro vi una cosa negra como pegada, casi como un tatuaje de esos medio tribales. Cuando el agua con orín dejó de bullir yéndose, miré bien y era un dibujo hecho en la losa. Una especie de escudo con una flor de lis y dos espadas atrás... ¿Qué mierda?

Novena Parte

Desde que vivía en ese lugar jamás había visto ese dibujo en el fondo del inodoro. Me llamó muchísimo la atención y pensé que de última podría haber sido uno de mis amigos que dibujaron ahí con un indeleble en la fiesta despedida de Joanna y Marcos la semana pasada. Pero... ¿desde la semana pasada que no miraba el fondo del water? ¡Imposible! Los hombres cuando meamos generalmente miramos el fondo del water. ¡Es natural, tenés que apuntar el chorro! Incluso cuando hay gente durmiendo y no querés que el ruido del chorro retumbe en las paredes del baño o simplemente te da vergüenza, tratás de apuntar medio de cotelete para que no caiga de lleno en el agua y entonces siempre tenés que mirar dónde hacés. Me agaché un poco más y lo miré bien de cerca. Ahora podía ver más claro, era realmente un escudo que tenía una línea transversal y en la parte de arriba digamos, había como la cabeza de un carnero, con los cuernos esos medio en espiral. Y en la parte de abajo estaba la flor de lis. Después tenía la forma simple de un escudo y dos espadas cruzadas por detrás. Al fin y al cabo podía ser la marca de la losa del water y ta. Tampoco darle tanta trascendencia a un escudo de mierda. Pero lo que me llamaba la atención no era el escudo, sino mi falta de atención. Eso me shockeó. Yo no soy de los tipos que son super detallistas y se pasan contando y midiendo todas las cosas que ven en el mundo. Pero sí me creo con la capacidad de saber cómo son las cosas de mi casa donde vivo y las cosas que me pertenecen a mí mismo. Si no le prestás atención a tus propias cosas es porque estás mal, ¿no? ¿Es que tengo que aceptar que estoy mal? A ver... los últimos días que he vivido no me han dejado ser lo más normal posible, tampoco. Es como que en esta época la vida me estaba poniendo a prueba y entonces uno hace cosas disparatadas y sí, pudiera ser que no le prestara atención a otras cosas para poder sobrellevar una etapa medio salada. Puede uno perder el control, por supuesto. Sino seríamos máquinas y chau. Igual, con todo, no me cerraba. El examen con la psicóloga me había dado bien, no había pasado nada en la reunión con ella y todos los exámenes rutinarios de control habían salido satisfactorios. Capaz que era porque la psicóloga era nueva y tenía otros procedimientos, pero incluso entre los compañeros no habíamos comentado nada de eso. Sé que es difícil, cuando uno sale de un examen médico, salir a contarle los problemas que te diagnosticaron a los demás, porque siempre la barra está medio que para tomarte el pelo y joder con cosas que capaz que en ese momento no tenés ganas de aguantar, pero en la íntima, con aquellos que te llevás mejor, vos te ponés al día con la angustia. O sea, contás algunas de las cosas que te ponen mal. Pero no había pasado nada anormal para nadie y todos habíamos salido como si tal cosa, así que capaz que tenía que dejar de pensar tanto en eso. Así de simple. Levanté un poco la cabeza de la almohada y vi la cabeza de Su allí trabajando con insistencia entre mis piernas. Parecía estar copada, me daba cosa decirle que no iba a acabar nunca, que yo no tenía ganas de nada y prefería... ¿qué prefería? ¿Estar solo? No... Lo que realmente prefería era ir a trabajar, que se terminara mi licencia y estar con mis compañeros, poner mi mente en alguna tarea y dejar que las ocho, nueve o diez horas hicieran pasar el día lo más tranquilamente posible. Era una demencia. No estoy bien. Con la barra siempre estamos hablando de sexo y lo importante que es el sexo y ahora que una mina me está chupando la pija ¡¿yo tengo ganas de ir a laburar?! Pah... No sé. Capaz que es así, capaz que esto es así y hay que dejarlo que pase. Dejé caer la cabeza contra la almohada de vuelta y miré el techo con los ojos bien abiertos, como para tratar de aclararme o para que ella se diera cuenta, si me miraba, que yo estaba en otra. Una cagada todo. Una cagada porque yo creo que Su es muy dependiente de cómo le da placer a los hombres que le gustan y si se entera de que no me está dando placer se va a poner mal, se va a enojar y me va a mandar a la mierda. Y en este momento, es la única mina con la que puedo coger sin problemas ni amores ni reclamos ni nada de nada. Es medio cagada pero es la verdad, a veces uno tiene necesidades y chau, hay que hacerlo así. ¿La tengo como una puta? Sí y no, digamos. Sí porque se la pongo cuando la llamo y no hay ningún otro compromiso. Y no porque no hay dinero de por medio, a ella le gusta mi sexo. Volví a levantar la cabeza y a mirarla y ahí le puse mis dedos entre su pelo negro pero de manera suave, como para indicarle que yo no estaba gozando, y la sensación que me llegó fue como de ternura, como que yo estaba siendo tierno con ella mientras ella me la mamaba re ensimismada... Al final suspiré resignado y decidí encarar la situación. Yo ya soy un tipo grande, no puedo andar con pendejadas y de última, si algo sale mal, me tengo que hacer cargo. Así que me puse el buzo que Giordano me alcanzó, me calcé la llave de 3/4 en el cinto y me tiré de una en el agua helada. Sabía que nadar vestido era una mierda, pero era la única solución para meterme en esa agua tan fría. La buena noticia era que el agua estaba bastante clara como para ver todo, así que iba a terminar rápido porque era solamente cuestión de encontrar la manivela y girarla desde la base. La mala noticia era que apenas había dado dos o tres brazadas, me dio una puntada en el pecho. Un dolor muy agudo, como una aguja. Me detuve en seco, me llevé la mano al pecho, cerré los ojos bien fuerte y en una mueca solté todas las burbujas que había acumulado en los pulmones.